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jueves, 21 de junio de 2007

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Poco a poco las nubes habían cubierto el azul intenso del cielo, para dejarlo de un gris pálido, apagado, triste. El día estaba tranquilo, se oía el suave golpear de unas finísimas gotas de lluvia que caían incesantemente sobre el jardín. Sólo el vuelo de unos pajaritos, que revoloteaban como queriendo atrapar cada una de las gotas que caían, interrumpían el silencio y la quietud de un día, que invitaba a quedarse en casa, con la sóla compañía de una taza de café y un buen libro para leer.

Desde la cama, con el café templado en las manos, se arropada como si hiciese frío, mirando por la ventana la lluvia caer. Parecía triste, sus ojos hoy, brillaban a la luz de unas lágrimas, que aún guardaba en su corazón. En su rostro, la expresión aquella que sólo da la felicidad absoluta, ya había desaparecido. Sólo mostraba el recuerdo de lo que un día fue. Aún así, era un rostro relajado, parecía que pensaba en algo que había ocurrido hacía mucho tiempo, algo, que casi le costaba recordar.

Alguna vez sonreía, una pequeña sonrisa, aquella que se dibuja en la cara al aparecer en su mente el destello de aquello que antaño le hacía feliz.

Esa era la única prueba de que un día fue feliz, sus recuerdos. Esos recuerdos que guardaba con llave en la caja fuerte que desde entonces es su corazón. Esos recuerdos que evocaban tiempos mejores, ilusiones y sueños.

Un día los guardó. El día que sintió como su corazón estallaba en mil pedazos. Ese día que vio como su felicidad se le escapaba entre los dedos, como el agua clara que brota del manantial. El día que se encerró en si mismo, con la esperanza de no volver a sentir aquello que tanto dolor le provocó.

Vivir no es sólo respirar, le habían dicho, vivir es mucho más. Pero, ¿Cómo se hace? ¿Cómo puedo vivir yo?

El día que dejó de vivir, había madrugado mucho, se había duchado, se había vestido, y como cada mañana, había llegado temprano a trabajar. Le gustaba tomar un café antes de empezar su trabajo, en la cafetería que había en la esquina. Tenían las mejores magdalenas de chocolate de toda la zona, que hoy son su mejor despertar.

Poco a poco se llenaban las calles de coches, de personas, de ruidos. Mientras, cogía el periódico, pedía su café y su magdalena y despacio, sin ninguna prisa, como si el tiempo se parara, desayunaba.

Una melodía muy conocida y que siempre le hacia sonreír cuando brotaba de su móvil, sonó interrumpiendo la tranquilidad de su desayuno. Como todas las mañanas, a la misma hora, y como siempre, saludó con un te quiero.

- No me necesitas, me marcho.

Su sonrisa desapareció. Sabía que eso iba a pasar, y se maldijo por no haberlo evitado a tiempo. No fue capaz de contestar, quedó en silencio durante unos segundos, hasta que oyó el pitar del teléfono cuando el interlocutor cuelga.

No hizo nada, subió a su oficina, saludo a sus compañeros y se puso a trabajar como cada día. Al llegar a casa, todo estaba igual que lo había dejado. ¿Igual? No, no estaba igual. Las sillas, las mesas, la cama… estaban igual. Pero la casa estaba vacía. Tanto, que hizo que se marchara, cerro la puerta tras de si y no volvió más.

Hoy recordaba todo eso, ya habían pasado años, pero hoy lo recordaba. Cogió el móvil y pulso el botón. Un tono, dos tonos…

- ¿Si?
- Hola, soy yo
- Hola
Fue un hola frío, distante.

- No te necesitaba, te quería a mi lado
- Lo se

Ya habían pasado años, pero parecía que fue ayer

- ¿Eres feliz?
- Si, lo soy. ¿Y tú?
- También lo soy

Volvió a sonreír. No era felicidad absoluta, pero empezó a sentirse bien, empezó a vivir.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

es bonito pero triste. Por cierto bonita cas

Anónimo dijo...

La vida misma, ¿no?

Sí, así somos.

TORO SALVAJE dijo...

Halaaaaaaaaa, que bien escrito, desde luego cuando te pones con ganas lo haces muy bien.

Te has ganado un beso.

Muakkkkkkkkkkkk.

Anónimo dijo...

Cómo defino esto? es bonito, pero es triste al tiempo. Es, simplemente, digno de leer.
Saludos desde el Inframundo.